El Camino Iniciático de las Estrellas
Paradigmas
¿A dónde irá aquel romero,
mi romero, a dónde irá?
Camino de Compostela.
No sé si allí llegará...
Los Peregrinos de las Estrellas
En el siglo IX se dijo que en Compostela se había encontrado la tumba del Apóstol Santiago. Desde todos los puntos del orbe cristiano comenzaron a partir peregrinaciones hacia la Galicia ibérica.
Se reanudaba así el culto de una antigua peregrinación que antes habían efectuado los celtas y, antes que los celtas, otros pueblos primitivos.
La tradición de este viaje a los confines del Occidente europeo, hacia el Finisterre, se pierde en la noche de los tiempos.
En el siglo IX sólo se “cristianiza” esta peregrinación con el “descubrimiento” de la tumba del apóstol Santiago.
Se cuenta que el Apóstol Santiago quiso ir a evangelizar la Iberia, pero no alcanzó a hacerlo pues fue decapitado en Cesarea (Jerusalén en tiempos romanos). Su cuerpo habría sido depositado en una nave que habría sido echada al mar sin timón. El bajel habría sido llevado por las corrientes mediterráneas hasta más allá de las Columnas de Hércules (Gibraltar).
Dos discípulos del Apóstol, Atanasio y Teodoro, acompañaron su cuerpo. El navío llegó hasta la ría de Iría Flavia, Galicia, en las calendas de agosto, justo donde desemboca el río Ulla.
Durante el trayecto se produjo un milagro: la piedra sobre la cual se había depositado el cuerpo se fundió, tomando la forma de un sarcófago.
En esas tierras gobernaba la reina Lupe (según otras tradiciones, Lupa o Loba), la que al comienzo se negó a aceptar que el cuerpo del apóstol se sepultara en Galicia. Sin embargo, al contemplar el milagro de la piedra fundida en forma de sarcófago, aceptó que su cuerpo fuera llevado hasta el Pico Sacro y, posteriormente, sepultado en un sitio llamado “Arca Marmorica”, antiguo cementerio romano.
Se dice que la tumba de Santiago fue encontrada por un ermitaño llamado Pelagio, a comienzos del siglo IX, siguiendo la luz de una estrella.
Posteriormente, Teodomiro, al descubrir las malezas, encontró el mausoleo. Por orden del rey de Asturias, don Alfonso II el Casto, se construyó en el lugar una iglesia de piedra.
El descubrimiento de la tumba del apóstol Santiago renovó el esfuerzo de los cristianos de la península en su lucha contra la invasión de los moros
El primer milagro de Santiago Apóstol en tierras de España, se produjo el año 845, en la batalla de Clavijo Junto al rey Ramiro 1, de Asturias y León, se vio al apóstol montado sobre un caballo blanco luchando junto a las huestes cristianas contra los moros.
Después de esa batalla de Clavijo, se acuñaron los gritos de guerra de los españoles relacionados con el apóstol protector de la Península: “Santiago Matamoros”, “Santiago y cierra España” y “Santiago y a ellos”.
Esos gritos de combate se escucharían durante toda la reconquista de España del dominio de los moros y el nuevo Continente, descubierto por Colón, lo escucharía también en la conquista de los grandes imperios precolombinos de América.
El nombre del Apóstol se daría a numerosas ciudades fundadas por los, conquistadores: Santiago de los Caballeros en República Dominicana, Santiago de Cuba en la isla caribeña, Santiago del Nuevo Extremo en Chile, Santiago del Estero en Argentina, etc...
Las peregrinaciones de los jacobeos (Santiago: Sant Iago, San Jacobo, San Joan, San Juan, etc.) fueron masivas durante más de tres siglos. En la cristiandad se efectuaban tres grandes peregrinaciones: A Tierra Santa, protegidas por los Cruzados; a Roma, donde iban los romeros a obtener la bendición del Papa; y, a Santiago de Compostela, a obtener la Venera o Vieira (Vieira: del latín Veneria: adorno en forma de concha, usado también en heráldica; Venera: Vieira o concha de peregrino. Insignia o condecoración con cualquier grado de una orden militar o caballeresca).
Para algunos, la concha de Santiago de Compostela es una estilización de la pata palmeada de una Oca, símbolo de reconocimiento iniciático relacionado con el peregrinaje a Compostela. También se ve en la concha de Santiago una estilización de una paleta o remo de navegante primitivo. La concha pasó con el tiempo a ser la distinción de quienes habían llegado a Compostela.
Siguiendo esa costumbre atávica de los pueblos celtas, las peregrinaciones partían en los albores de la Edad Media desde Francia. De localidades como Cluny, Saint Gilles, Le Puy y París partían siguiendo el Camino Francés o el Camino de las Estrellas, pues se dirigían al Oeste en el sentido de la Vía Láctea, la que culminaba en Compostela bajo la Estrella del Can.
El ritual de los Peregrinos
Debido a lo riesgoso de los caminos, los romeros partían en grandes grupos: hacían su testamento, cubrían sus hombros con una gruesa capa, ancho sombrero alón en la cabeza y en su mano un largo cayado o bastón de más de dos metros de longitud.
Siguiendo las indicaciones de una de las más antiguas Guías de Viaje que se conoce (aproximadamente Siglo XII), el “Liber Sancti Iacobi", atravesaban los Pirineos en jornadas de cerca de quince kilómetros, por el Paso de Roncevalles, frente a Navarra. Muy pocos lo hacían por el Paso de Somfort, frente a Cataluña.
Ya en España, pasaban por Pamplona, Estella, Nájera, Burgos, Frómista, Sahagún, León, Rabanal, Villafranca del Bierzo, Tricastela y Palas del Rey.
Al llegar cerca de Compostela, los peregrinos eran obligados a bañarse en una fuente conocida por el picante nombre de “Lavacolla”, antes de entrar al pueblo en que se encontraba la primitiva iglesia de Santiago Apóstol.
Aparte del Camino Francés, existía un Camino Español y otro marítimo. Este último era principalmente utilizado por peregrinos procedentes de los pueblos celtas de Gran Bretaña, galeses e irlandeses principalmente.
Al llegar a Compostela, les era entregado un pergamino que los confirmaba como “jacobeos”, o sea, peregrinos que habían cumplido su promesa de llegar a la tumba de Santiago. Sobre su sombrero y su capa, colocaban la “vieira”, la concha santiaguesa (la misma que ha internacionalizado la transnacional petrolera “Shell” pues el padre de su creador -Marcus Samuel- era un judío que vendía cajitas de concha, y no por Santiago de Compostela como podría pensarse).
Los Simbolismos de Compostela
Las peregrinaciones atávicas. Como ya se ha señala do, las peregrinaciones a Compostela se hacían desde muy antiguo, incluso de antes de la dominación romana de la Península ibérica. Hay diversas interpretaciones para explicar este extraño peregrinaje a Occidente, el punto a que se va cuando llega la muerte, siguiendo al sol poniente. Se presume, según algunas investigaciones del pasado de Galicia, que se iba hacia las rías características de la zona a encontrar a viajeros que venían desde el mar y que entregaban a los peregrinos conocimientos y secretos de las islas del Atlántico.
Entre las más interesantes interpretaciones e investigaciones, están las efectuadas por Louis Charpentier, quien señala que las peregrinaciones están relacionadas con el mar, específicamente con el Océano Atlántico.
Las rías de Galicia (profundos estuarios) servirían de refugio permitiendo que los navíos antiguos fuesen puestos en seco.
A encontrar a estos navegantes se dirigían las peregrinaciones europeas hacia el Finisterre gallego. Las rías de Galicia serían así un lugar de encuentro.
Del primer viajero ilustre llegado a las rías queda el recuerdo de Hércules. Se cuenta que éste, tras incursionar en una isla atlántica para robar los bueyes del gigante Gerión, habría llevado este ganado vacuno a una gruta en La Coruña, sobre la cual habría construido una torre, que aún es posible observar y que se denomina “Torre de Hérçules”. Su arquitectura tiene algo de romano y sus cimientos son de innegable origen fenicio.
Charpentier se plantea ante este hecho lo siguiente:
“No se puede aceptar como verosímil la leyenda de Hércules; no se puede aceptar como verosímil cualquier historia, pero, en tal caso, habría que plantearse lógicamente el por qué de esta leyenda y, si es que nada representa, a qué se debe que su recuerdo se conserve tan lejos del Mediterráneo oriental, cuna de las leyendas de Hércules”.
Siguiendo con la leyenda de los viajes de Hércules, éste se habría dirigido al Atlántico en busca de productos para la agricultura y para conseguir crías de ganado vacuno. Se supone que aún en el Mediterráneo no se conocía la navegación de altura, o sea, todavía no se había producido la llegada de los pelasgos, el pueblo venido del mar y que introdujo el arte de navegar. La falta de una nave adecuada para su viaje, la solucionó obteniendo un barco en una de las islas atlánticas, lugar en que, de acuerdo con la leyenda, sí se conocería el arte de navegar. Las islas atlánticas, en cuestión, corresponderían a la Atlántida.
Al respecto, Charpentier acota: “La acción de Hércules se sitúa, pues, antes de la desaparición de estas islas, es decir, antes del cataclismo poseidoniano que la hizo desaparecer y que abrió el estrecho de Gibraltar”.
“Además, Hércules, quienquiera que fuera, es un hombre de las cavernas. Tanto cuando va a saquear el jardín de las Hespérides, como cuando regresa con sus bueyes, es en las grutas donde busca cobijo. La gruta es su hábitat normal, y esto hace suponer que la aventura heracleana tuvo lugar a fines del período glacial llamado Würm y, que terminó cataclísmicamente, hacia el año 8.000 antes de Jesucristo; lo que se corresponde con la época de la desaparición de la Atlántida según Platón. Después, indudablemente, no quedaron más que los supervivientes de las alturas montañosas y los pocos supervivientes atlantes que sus barcos habían podido salvar, dispersados a través de los mares...”.
Siguiendo dicho pensamiento, podría considerarse, pues, que muchos “atlantes” pudieron llegar a las rías de Galicia. Sabido en el mundo antiguo el conocimiento y riqueza de los habitantes de la Atlántida, comenzarían los viajes al Finisterre de Galicia en busca de ese saber que llegaba del mar.
La leyenda del “otro” Noé
Otra leyenda de Galicia que es indispensable incluir sobre los personajes llegados a las rías, es la de Noé y su arca. Es sabido por todos que el arca de Noé se habría depositado en las Laderas del Monte Ararat. Sin embargo, en Galicia existe la leyenda de que Noé llegó a una de las rías, la que tomó su nombre, la ría Noya. En dicho lugar habría fundado la ciudad de Noya, que, según Froissard, sería la “llave de Galicia”.
¿Quién sería este extraño Noé que llegó con un arca repleta de animales y que se dedicó a plantar vides?
En el mundo de “Juan”
Mucho se ha teorizado sobre el origen del nombre Santiago en España. Esto tiene importancia por su relación con el calificativo de iniciático al Camino de Santiago, al simbolismo de la Pata de la Oca (ansar o gansa) y su posterior derivado a la “concha”.
Es muy explicativa y sugerente la nota que Charpentier añade a la versión española de su libro “Les Jacques et le Mystére de Compostelle” para comprender las derivaciones y connotaciones que puede tener un nombre:
“Jacques, en francés, es un nombre de pila que corresponde al inglés Jack, ál español Yago (Sant Yago = Santiago) y al latino Jacobus, derivado, después del cristianismo, del hebreo-arameo Jacob”.
“Fue también, antes del cristianismo y en los primeros tiempos de éste, un sustantivo, usado en general como adjetivo, que designaba ciertas categorías de personas que efectuaban trabajos manuales. En este caso parece haber derivado del vasco (lengua que tiene indudablemente algún parentesco con el ligur) JAKIN, que significa “sabio”.
“Con este aspecto, se conocen otros términos deriva dos, entre ellos “gars” (diminutivo: garçon); en galo: Gwas... y, sin duda: que es el macho de la oca.
En este sentido se emplea todavía popularmente en Francia para designar a los campesinos (Jacques Bonhomme) o en Inglaterra para referirse a los marinos (Union Jack).
“Parte de su sentido primitivo persiste en las leyendas: “Jack, el matagigantes”, en Inglaterra, así como en la expresión popular francesa “Ne fait pas le Jac ques”, “No te hagas el listo”.
“La semejanza fonética debía llevar insensiblemente a la confusión de los dos términos e inducir a algunas hermandades de artesanos a jugar con el equívoco, lo cual ocurrió hasta finales del siglo XIII...
“En la Península Ibérica, en su mayor parte ocupada por los musulmanes que hablaban una lengua oriental, es evidente que al no existir el sustantivo calificativo “Jacques”, no podía crearse ningún equívoco con el nombre, quedando Yago tan sólo como un nombre de pila”.
Excepto en los Pirineos, donde los vascos conservaban el término “Jakin”, que ciertamente guarda alguna relación con la ciudad de Jaca (en épocas romanas: Iacca), lugar ancestral de reunión de los “Jacques”, los artesanos de la construcción.
“En Cataluña, donde los restos toponímicos vascuenses son bastante numerosos, parece haberse producido una confusión, y el nombre de Jacques se convirtió en “Jaume”, que se parece mucho al Jean francés y al John inglés, probablemente derivados ambos del Iaum vasco, término que designa no al sabio, sino al Señor...”
“Con razón o sin ella, yo creo que Compostela fue, en épocas muy lejanas, en las épocas dolménicas, un lugar de iniciación de los “Jakinak”, los “Jacques”; de aquí la elección hecha por el Apóstol Santiago para cristianizarlo”, termina diciendo Louis Charpentier en esta aclaratoria nota.
En Irlanda, la verde tierra de Erín, existe una antigua leyenda que dice que los druidas, los sacerdotes-magos de los celtas, los iniciados del muérdago en los profundos bosques, habrían llegado desde España. Ello significaría que la iniciación druídica se habría producido en la Galicia ibérica, en las rías del Atlántico del oeste europeo o de las tierras vascongadas, donde vivían los Jaunak...
Este peregrinaje a Galicia en busca de una “iniciación” en los tiempos pre-cristianos, quedó casi eliminado durante la dominación romana. Las legiones romanas al ocupar las Galias iniciaron una persecución implacable contra los druidas y prohibieron absoluta mente que educaran a la juventud.
Este tenaz exterminio del conocimiento de los druidas por parte de los romanos, continuó después con las invasiones bárbaras, básicamente de los godos.
Sólo se reanudaría con el cristianismo y con el hallazgo de la tumba de Santiago Apóstol.
A modo de anécdota podríamos señalar que la persecución de los romanos a los druidas y a los galos se mantiene actualizada en nuestro tiempo por el cómic francés, “Astérix”, que narra las vicisitudes de una pequeña aldea gala en medio de los godos y de las expediciones punitivas de las legiones romanas.
Laberintos del Camino Iniciático
Uno de los “laberintos” más antiguos de que se tiene conocimiento, tal vez sea el de Pontevedra, que se halla profundamente grabado en la piedra de Mogor. Se estima que este laberinto megalítico puede tener aproximadamente la misma edad que los dólmenes que se encuentran en Galicia y para los cuales se ha aventurado una antigüedad de unos tres mil a tres mil quinientos años antes de Cristo. Ante la imposibilidad de someter estas piedras al sistema de datación del Carbono 14, estas fechas son sólo aproximaciones.
La curiosidad de este laberinto megalítico es su similitud con otro cincelado en una medalla de bronce cretense y datado el año dos mil antes de Cristo.
Grabados megalíticos se encuentran a lo largo del Camino de Compostela. Incluso se han encontrado en la propia Irlanda. Uno de ellos se conserva en un Museo en Dublín.
La curiosidad de los laberintos encontrados en las piedras de Galicia radica en que ellos están inconclusos. Algunos ven en ellos “esbozos” al estilo de esquemas para ilustrar alumnos. Otros piensan, tal vez con más seriedad, que se trataría de informar sobre la iniciación que entrega la peregrinación. Esto es, que mientras no se llegue al término del viaje, no se podrá completar la iniciación.
En muchas de las tradiciones antiguas que conocieron el laberinto, por ejemplo: Grecia, Egipto, India, América precolombina, se ha supuesto siempre que el laberinto es un camino de iniciación a un renacer. Al avanzar por el laberinto se llegará inevitablemente al centro de él, casi siempre formado por una suerte de cruz, símbolo del árbol de la vida, donde el peregrino encuentra su iniciación en un nuevo renacer para poder emprender el camino de retorno.
Los peregrinos de Compostela iban en procura de una iniciación que les era entregada por maestros venidos desde las profundidades oceánicas del Atlántico. Allí encontraban la ciencia que esos nautas habían traído.
¿Quiénes recurrían a esta iniciación después del cataclismo que habría asolado el planeta unos ocho o diez mil años antes de Cristo?
Por lo que cuenta la leyenda de Galicia respecto de ilustres viajeros que llegaron a sus costas —nos referimos a las leyendas sobre la llegada de Hércules con sus rebaños y de Noé con sus animales y plantas— es indudable, nos parece, que quienes efectuaban la peregrinación buscaban el conocimiento perdido, el cómo cultivar la tierra, criar el ganado, el uso de las herramientas, de los metales y de la construcción. Debían aprenderlo todo de nuevo. Y cuando siglos después de la dominación romana que suspendió el peregrinaje, éste se reanuda, tiene ya otra significación iniciática: la fe religiosa. Ahora se cuenta con un verdadero apóstol de Cristo, un “compañero del Maestro” (más adelante veremos la importancia de los maestros y compañeros en la construcción de catedrales), que daría, específicamente a España, la “fuerza” necesaria para iniciar la reconquista de su tierra invadida por los moros y que la proyectaría definitivamente corno nación señera de la humanidad al iniciar el descubrimiento, conquista y consolidación de un nuevo Continente: América, una auténtica hija de Santiago.
La sabiduría de esos antiguos maestros consistió, in dudablemente, en dejar su enseñanza en signos cuya comprensión estaba relacionada con la capacidad receptiva de sus discípulos. Por eso requería una peregrinación dificultosa para recibir la iniciación. De allí, entonces, la presencia de “laberintos” en el “camino de Compostela”. Sólo los capaces lograrían llegar a “ese árbol de la vida” que los haría renacer con la capacidad de emprender el regreso “iniciados” con un nuevo saber, con “una nueva vida”.
El Signo de La Oca
El nombre de la Oca se ha mantenido en diversas expresiones lingüísticas europeas. En España se ha mantenido el nombre Oca, pero es más usada la expresión ganso o ansar.
En Francia ha persistido una forma lingüística pre indoeuropea: Oie, Auch, Ouche. El aporte indoeuropeo ha entregado la forma derivada del sánscrito Hamsa, que se ha transformado con el uso en Ganso y Gansa, Ansa y Anso. En inglés se ha convertido en “goose”, forma popularizada por las rimas infantiles (tal vez, reminiscencias de las antiguas runas celtas) conocidas como “Mother Goose” (Madre Gansa).
El problema para descifrar el mito de la Pata de la Oca se ha visto imposibilitado más que nada por las numerosas historias que sobre ella se cuentan, lo que provoca confusión y, a veces, abiertas contradicciones.
Algunos investigadores han sostenido incluso que podría no tratarse específicamente de la Oca, sino de cualquier otro palmípedo. Se da como posibles al cisne y al pelícano. Particularmente este último por la historia que se cuenta de que alimenta a sus polluelos hasta con sus propias entrañas.
Pero el nombre de la Oca vuelve a aparecer la Oca en expresiones lingüísticas de indudable antigüedad, especialmente en el sonido para llamar a las Ocas a su corral:
“Aku, auk” y en la expresión “Antzara”, de evidente raigambre en la indoeuropea “Hamsa”.
Robert Laffont, en su “Diccionario de los Símbolos”, indica que la Oca tuvo gran importancia en el Egipto de los faraones. Por ejemplo, el jeroglífico de Geb, heredero del trono de Horus, es una Oca y una pierna. Agrega que cuando los faraones fueron identificados con el sol, su alma fue representada en forma de una Oca, ya que la Oca es el sol salido del huevo primitivo.
Expresa también que las ocas eran consideradas como mensajeras entre el cielo y la Tierra. El advenimiento de un nuevo rey era anunciado, entre otros rituales, soltando cuatro ocas hacia los cuatro puntos cardinales.
Para los celtas, la oca también era un mensajero de otro mundo. Los romanos, por su parte, le prestaban especial cuidado, pues fueron las ocas, los gansos del Capitolio, los que avisaron a tiempo un ataque sorpresivo.
Charpentier afirma que en cualquier mitología la oca es un símbolo que refleja al “iniciado” y ello se da desde la más remota antigüedad.
Habitualmente la Oca es simbolizada por su pata, lo que parece correcto por ser éste el principal signo distintivo de ella.
En todo caso, es importante la dirección que adopta el signo de la Oca. Veremos como los clasifica Charpentier:
“Estilizado, y dirigido hacia abajo, se reduce a tres trazos divergentes, unidos o no en la cúspide”.
Se asegura que este signo habría sido uno de los símbolos de enseñanza de los druidas.
Curiosamente este signo ha sido rescatado por la subcultura “hippie” aparecida en la segunda mitad del siglo XX, que lo ha enmarcado en un círculo y lo ha llamado el “signo de la Paz”.
Siguiendo con la clasificación del estudioso francés, vemos que “estilizado y dirigido hacia arriba, representa el tridente, que es el arma de Poseidón, el dios de la raza Atlántida, el dios marino que los latinos convirtieron en Neptuno”.
En esta forma de tridente, la pata de la Oca también se encuentra grabada en una montaña de la costa del Sur del Perú, dejada por alguna remota cultura precolombina, frente al otro océano, el Pacífico.
Se supone, también, como bastante probable que la flor de lis original haya sido ese tridente de Poseidón, adoptado por los reyes franceses en su heráldica.
Aún cuando el simbolismo cristiano fue haciendo desaparecer el signo de la Oca en su simbolismo de tarso palmeado, éste se mantuvo en las cofradías de los maestros y compañeros Constructores pirenaicos que lo inscribieron en sus obras hasta muy entrado el siglo XVIII.
Este signo de la Oca se encuentra también en la historia de una Reina Pedauque (pata de oca), con un sentido de “iniciación”. Esta Reina Pedauque (no confundir con la historia de la Reina Patoja, variante también de pata de oca), parece ser originaria de la región de Tolouse en la vertiente francesa de los Pirineos. Ello parecería correcto, pues, tras las innovaciones de los bárbaros, y tal vez desde antes, había un solo camino iniciático en Occidente y su tradición se encuentra en los Pirineos, la costa cantábrica y la costa de las rías de Galicia hacia el atlántico abierto.
Asentados ya los godos en Francia y España, aparece en la construcción un llamado estilo visigótico que es, sin lugar a dudas, el de las cofradías de los constructores pirenaicos. Allí la firma de la pata de la oca se convierte ya en la concha de Santiago, recargada con florituras y con un dejo de helenismo debido a la influencia de los clérigos, una vez que la significación pagana se había perdido o, por lo menos, se disimulaba.
Charpentier hace un verdadero recorrido por el camino iniciático reconociendo la permanencia de la oca a todo su largo.
“Pero la oca la descubrimos (...) con su primitivo nombre de Oca o en su versión indoeuropea de “gansa” o “ansa”
“En la región de Jaca, origen del camino, tenemos así “Ansó”, en el “valle de Ansó”, no lejos del lugar estrellado, el “cuartel de Lizarra” (lugar de estrellas en vascuense). Volvemos a encontrarlo de nuevo en la de nominación de dos cursos de agua, que llevan su nombre o lo llevaron: el río “oja”, que Alfredo Gil del Río cree que primitivamente era río “oca” y que ha dado su nombre a la “Rioja”; luego otro “río Oca”, en los Montes de Oca, donde se encuentra un “Pico de la Piedraja” que, bien parece ser “Piedra del Jars (ganso)”, no muy lejos de un “Ocón”, lo cual resulta bastante expresivo”.
“Está también en los montes de León, inmediatamente al oeste de Astorga, en “el Ganso”, un “jars” ligur traducido por indoeuropeos”.
“No sé si es todavía este “jars” que hay que encontrar en el pueblo de Argozón, cerca de Chantada, donde se halla una asombrosa necrópolis céltica, pero es ciertamente la oca lo que encontramos otra vez en la ruta de Lalín a Compostela en el “Paso de la Oca”, que conduce quizá menos a Compostela que al “Pico Sacro”, la montaña sagrada que, según algunas leyendas, fue la primera sepultura del apóstol. Del otro lado de Compostela se encuentra, por otra parte, otra “Oca”, en el río Tambre, el cual desemboca precisamente en la ría de Noya (la de Noé) y baña las estribaciones del monte Aro”.
“Pues bien, esos lugares de la Oca están comprendidos todos en el camino delimitado por las dos hileras de estrellas (la Vía Láctea). El camino de la Oca coincide muy exactamente con ese Camino de las Estrellas, mar cado a lo largo de esa ruta, a donde se marcha en peregrinación desde hace milenios, con monumentos megalíticos entre los que está el dolmen más grande de la región pirenaica, el de El Villar, en la provincia de Alava”.
Esta es la tierra de los “juanes”, de los “luguianos” (Lug), de las cofradías y hermandades de la Oca, los constructores, los maestros en transformar la materia, capaces de “sacar la miel de la piedra” como decía San Bernardo.
La Cofradía de los Constructores
Ya en remotos tiempos los ligures fueron maestros talladores de la piedra. Este conocimiento fue traspasado a los compañeros de la oca, los maestros que peregrinaban en busca de la iniciación a las tierras de Compostela.
Cuenta la Biblia y la tradición que cuando el rey Salomón quiso construir el Templo de Jerusalén, solicitó la ayuda del rey de Tiro, para que los expertos fenicios iniciaran las obras. El rey de Tiro envió a Jerusalén al maestro Hiram, quien pertenecía a los ritos iniciáticos de Oriente. Los navegantes fenicios que recorrían todo el Mediterráneo y que incluso habían cruzado las Columnas de Hércules (el estrecho de Gibraltar) y que habían llegado a las costas atlánticas de Europa, se supone que conocían la maestría en el trabajo de la piedra en que eran famosos los “jacques”, los cofrades de la Oca. Es posible, entonces, que en toda la mano de obra que contrató Hiram para trabajar en la construcción del Templo de Salomón también hubiese miembros de esta hermandad pirenaica.
Esta vieja tradición quiere que el maestro Jacques haya sido el constructor de las columnas Jakin y Boaz. (Conocidas como columnas J y B).
Se ha dicho que era tan grande el número de los operarios que trabajaron en el Templo y que provenían de todas partes del mundo que ello parecía una Torre de babel por la profusión de lenguas que se hablaba. Para evitar confusiones, el rey Salomón ideó todo un sistema de signos para la comunicación entre maestros, compañeros y aprendices. Estos signos no sólo eran aplicables en cuanto a asuntos relacionados con la construcción misma, sino que también servían para identificar el grado: había signos de reconocimiento para maestros, para compañeros, para aprendices. Mediante el uso de tales signos se reconocía también el grado en el momento de pagar los servicios profesionales.
Esto dio origen a la leyenda del asesinato del maestro Hiram (pronto publicaremos “El Templo de Salomón”, de esta misma colección) por “compañeros” que quisieron conocer el signo de reconocimiento de los “maestros”, para así cobrar una mayor paga y, para que una vez que se concluyera esa obra, pudieran presentarse como maestros en otros lugares del mundo.
Charpentier dice que este conjunto de signos es, al parecer, utilizado aún por los “Compagnons des Devoirs”. Los signos se encuentran dispuestos en un círculo, que lleva el nombre de “Péndulo de Salomón” y se halla de un modo u otro vinculado al Crismón.
Esta tradición también se mantiene hasta nuestros días en los ritos de iniciación de los “hijos de la Viuda”. La Francmasonería se considera la “Viuda”, después del asesinato del maestro Hiram.
Pero, volvamos a los “Jacques”, los de la cofradía de la Oca. Después de haber concluido la construcción del Templó de Salomón, los trabajadores de la piedra habrían formado numerosas cofradías en toda Europa y habrían aplicado sus conocimientos en la edificación de catedrales, palacios y castillos.
Según esta teoría, las cofradías son múltiples, pero las une el signo de la Oca, en sus diferentes posiciones (hasta en el Templo de Salomón se dice que quedó la pata de la Oca en forma de flor de lis).
Habría que destacar, curiosamente, que el Camino de Santiago de Compostela termina en la estrella del Can Mayor, que está al final de la Vía Láctea. Es curioso porque hasta el día de hoy, diversas hermandades de constructores tienen como “tótems” al Perro o al Lobo. Así se encuentra a los “Compagnons du Devoir de Liberté”, ex “Enfants de Salomón” que se llaman “Perros”. Por su parte, los “Compagnons Passants du Saint Devoir”, ex “Enfants du Maitre Jacques”, se llaman “Lobos”.
“Qué extraña iniciación los marcó para siempre con la estrella que está al final del Camino de Compostela?”.
Entre estas cofradías de constructores están los “cagots”, cuyas leyendas dicen que ellos también trabajaron en el Templo de Salomón Sin embargo, cofradías contrarias a ellos, los acusan de que en Jerusalén efectuaron mal sus trabajos, que asesinaron al maestro Jacques y que, incluso, fueron los carpinteros de la cruz de Jesús, el Divino Maestro.
La Baraja Mágica: el Tarot
El Tarot de los Imagineros parece estar también relacionado con los ritos y signos del Camino Iniciático de las Estrellas, el de Compostela.
Charpentier, uno de los defensores de esta idea, nos dice:
“Los peregrinos poseían, generalmente, un bastón, pero tradicionalmente el bastón o vara de medir, era llevado por los maestros de obras”.
“La primera orden de Caballería creada para proteger la ruta de peregrinación fue la orden de Santiago, llamada también Santiago de la Espada”.
Además, en San Juan de la Peña, había una copa llamada Grial, pero es en forma de una marmita o caldero como se encuentra este símbolo a lo largo de todo el camino”.
Por último, señala Charpentier, en ciertos escudos se encuentran los símbolos de los “oros”, y llega a la conclusión que en el Camino de Santiago se encuentra un Santiago del Bastón (Bastos), un Santiago de la Espada, un Santiago de la Copa (Grial) y un Santiago de los Dineros, Oros. O sea, los cuatro “palos” del juego del tarot.
Aparte de las cartas habituales a todo naipe, el tarot posee veintiuna láminas numeradas y una sin numerar, todas ellas con hermosas ilustraciones. En ellas, los “imagineros” dejaron un recado que sólo puede ser interpretado por los “iniciados”
Entre los tarots más conocidos y relacionados con el Camino de Compostela está el tarot español, el Euzkadi (vasco) y el de Marsella (francés).
El Tarot tampoco está ajeno a los Templarios, pues entre sus láminas figura “Baphomet”, ídolo o símbolo alquímico que sirvió para culpar a la Orden del Temple de herejía y hasta de satanismo hasta conseguir su total destrucción.
Sin embargo, la protección que los Caballeros Templarios prestaron a las cofradías y hermandades de constructores, en especial a los de la Oca, ha sido agradecida por éstas tanto en las cartas del Tarot como en la simbología secreta que han mantenido en la arquitectura de las catedrales.
Se dice que incluso en la catedral de Notre Dame de París existiría en una de sus cúpulas, empotrado en la piedra, un manuscrito esotérico de enseñanza alquímica.
Indudablemente, el camino de Santiago guarda aún muchos secretos, cuya explicación guardan las cofradías y hermandades de constructores, la Francmasonería y tal vez los Rosacruces.
El Final del Camino
Santiago de Compostela, cristianizado por el apóstol, el compañero del Maestro Jesús, es hoy una gran ciudad a la que concurre la cristiandad en peregrinación. Hasta un Papa ha llegado a conocer su inmensa iglesia en que participaron en su construcción tantas cofradías de la Oca, órdenes religiosas que conservan las tradiciones celtas como los monjes de San Columbano, de la vieja Irlanda, y de la orden de Cluny.
Santiago compostelano es una muestra de belleza arquitectónica en sus iglesias, plazas, universidad y paseos públicos.
Tal vez una de las joyas arquitectónicas sea la Puerta de la Gloria que hoy se encuentra en el interior del templo, uno de los más grandes de Europa.
En ese pórtico se ha conservado toda la tradición de Compostela. En sus hermosas columnas está grabado desde el Hércules mitológico hasta veinticuatro apocalípticos ancianos que tañen hermosos instrumentos musicales de la Edad Media. Tampoco deja de aparecer un matraz alquímico, muestra indudable de que en su construcción participaron los maestros iniciados de la fraternidad de la Oca.
A este Pórtico de la Gloria, majestuosa herencia de los constructores de templos y catedrales, cantó hermosamente la poetisa gallega del siglo pasado, doña Rosalía de Castro, nacida en Santiago de Compostela en 1837.
A esos ancianos del Pórtico de la Gloria dedicó estas estrofas:
“Del cielo la música va a dar comienzo,
pues los gloriosos concertistas
afinan risueños los instrumentos...
¿Estarán vivos? ¿Serán de piedra
aquellos semblantes tan verdaderos,
aquellas túnicas maravillosas,
aquellos ojos de vida llenos”...